En Janácek oyes influencias de su pasado y de su tiempo, todos esos elementos hollywoodiense y del teatro musical, pero también ecos del minimalismo que vendrá. - Susanna Mälkki

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Compositor sensitivo con las psicologías femeninas, el creador checo no pudo evitar adaptar a la ópera hace un siglo esta pieza teatral de su contemporáneo Karel Capek que aborda de manera muy filosófica un caso de inmortalidad de una mujer.

Esta intrigante trama sobre una cantante de ópera que se hace llamar Emilia Marty y que lleva viviendo 300 años la aborda el autor de ‘Jenufa’ y de ‘Kátia Kabanová’ con una moral avanzada. Una visión tremendamente humanista del sainete que a menudo ha sido la vida para una mujer a lo largo de estos últimos siglos, hasta el punto que ella misma deja de perseguir la fórmula contra el envejecimiento. Recapacita, bien pensado, no le interesa seguir viviendo otros trescientos años más.

La partitura de Janácek avanza sobre una puesta en escena atrevida pero de contundentes resultados que firma Krzysztof Warlikoski. El director teatral polaco evoca en un sugerente montaje videográfico la figura de la eterna estrella del celuloide, la sexsymbol que pervive a través de los tiempos, el mito llamado Marilyn Monroe. Pero también el mito de la Gloria Swanson crepuscular o el de King Kong, que se enamora de las damiselas… Un mundo del celuloide que encaja por momentos con esos flashes de música de Hollywood que apunta la partitura.

“Sí, en Janácek oyes influencias de su pasado y de su tiempo, todos esos elementos hollywoodiense y del teatro musical, pero también ecos del minimalismo que vendrá. Porque él representa claramente el siglo XX, pero a su manera, va por libre, no se ciñe a escuelas. Su música tiene tonalidad pero no sigue las reglas de la tonalidad. Y su rítmica es muy dinámica, moderna, algo que se hizo más común a posteriori”, afirma Mälkki en conversación con este diario.

El tan operático epílogo final del personaje protagonista le valió a la soprano Karita Mattila una gran ovación del público en la Bastille. Y otra más se llevó la propia Mälkki, que convenció con una lectura angustiosa y dramática, a la manera de Janácek, pero reconectando con el feeling de las bandas sonora de los clásicos del celuloide del siglo pasado.

“He querido lucir esos momentos dulces, sí, esos momentos de teatro musical, de opereta, de Hollywood, pues hay como un flirteo por su parte. Y es fantástico hacer una pieza así con la Orquesta de la Opéra de Paris: esta ópera es lírica, es un error pensar que es básicamente rítmica, y esta formación siempre busca de manera natural la melodía, las frases. No obstante -añade la principal directora invitada de esta orquesta- hay que tener cuidado con los detalles, pues esa es música para el teatro, sigue el texto meticulosamente… Y a todo ello hay que añadir que Janácek renovó el lenguaje musical y su notación no es siempre lógica. No siempre tiene sentido a la vista pero sí una vez se ponen en práctica y de manera correcta”.

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